Los recuerdos más bonitos que conservo en mi caja de aventuras es con mi bicicleta, ya que creamos una magia muy especial, una conexión, un lazo amical, que con el tiempo se convirtió en grandes anécdotas reflejadas en un suspiro.
Mi bicicleta amiga, me enseñó a ver diferente, a ponerle más color y brillo a mis ojos, con algunas decoraciones que lo hacían parecer fantásticas pero sobre todo creativas. Aprendí a imaginar, a soñar, a sonreír, a disfrutar y encontrar la paz de un sólo respiro.
Una magia interminable y que aún la conservo en mi bolsillo derecho.
Cuando era muy pequeña paseaba en bicicleta compartiendo el mismo asiento que manejaba mi mamá. Conversando, cantando y riendo. Sobre todo yo, la más emocionada a todo esto. Allí me veo cual film, parándome encima de la baranda de apoyo de la bicicleta, estirando mis brazos, creyéndome la dueña del mundo y cantando muy fuerte para que todos me escuchen.
Pues la vergüenza era ajena en mí, sólo brotaba y brillaba la inocencia del cual lo hacía más mágico. Mas el miedo no lo conocía, sólo me dejaba llevar por mi soltura inocencia.
Pues la vergüenza era ajena en mí, sólo brotaba y brillaba la inocencia del cual lo hacía más mágico. Mas el miedo no lo conocía, sólo me dejaba llevar por mi soltura inocencia.
Guardo uno de los mejores recuerdos de mi vida desde esa fecha. Cuando en bicicleta recorríamos las calles paseando, haciendo una parada para descansar y comer una mazamorra o tomar un vaso de chicha en la misma esquina de siempre de esa misma plazuela que antaño quedó. Iniciábamos la marcha cantando sin cesar, sólo mi mamá y yo, dejándonos llevar por el ritmo de nuestras gargantas y el andar liviano de nuestra bicicleta.
Conforme fui creciendo, dejé las rueditas de apoyo de la bicicleta y por fin pude manejar sola, sin ayuda de nadie, que feliz estuve aquel día en poder lucirme, en poder lucir mi independencia y allá me iba pedaleando.
Mi papá me dijo que ya era hora de subir un poco más el asiento porque ya estaba creciendo. Y así fue. Me subieron el asiento, sintiendo un poco de temor porque mis pies no llegaban del todo al piso y me las ingeniaba para bajar sin lastimarme.
Mi papá me dijo que ya era hora de subir un poco más el asiento porque ya estaba creciendo. Y así fue. Me subieron el asiento, sintiendo un poco de temor porque mis pies no llegaban del todo al piso y me las ingeniaba para bajar sin lastimarme.
Muy a menudo en mis paseos a la redonda de la cuadra, siempre buscaba la forma de frenar, pero mis frágiles manos no daban del todo a presionar, así que tenía que lanzarme o bajarme forzosamente del asiento para poder frenar con los pies, ya que había la presencia de algún perro que amenazaba en morderme con sus inquietantes ladridos.
El temor a ser mordida por un hambriento animal, hacia que evitara recorrer el mismo lugar o simplemente procuraba manejar despacio si en caso volvía a pasar por allí.
Al cabo de un tiempo me recorría numerosas cuadras y parques conociendo lugares nuevos que me parecían bonitos, una simple casa, un simple jardín o un árbol, que lindo era. Así lo veía yo, con otros ojos, con la mirada admirada guardando imágenes que se quedarían conmigo de por vida.
Gracias a estas conquistas y recorridos. Conocí nuevos amigos. Niños de mi edad y menores que yo. Salíamos a pasear con nuestras bicicletas, todo era muy tranquilo, divertido e inocente.
Un día de esos nos recorrimos un lugar muy afuera de la zona en donde vivíamos. Llegamos al limite de una casa antigua que daba apariencia señorial, una casa digna de la época virreynal. Al frente de esta, estaba el rio, teniendo como cerco algunas malezas y como sombra un árbol que proclamaba años de existencia. Todo lo demás era chacra. En ese momento lo vi maravilloso, un nuevo lugar que desconocía, un lugar nunca antes llegado por mí. Todo era perfecto, aquel árbol, la casa, el cantar de los pájaros, ¡que paz!.
Quizás mis compañeros de paseo no lo veían así como yo. Ellos retrocedieron y se fueron marchando, por temor. Mientras que yo me quedé ahí unos segundos contemplando ese bello cuadro. Quería seguir recorriendo el lugar, pero al verlos marcharse, tuve que iniciar la retirada.
Desde ese día que vi lo maravilloso de aquel cuadro, prometí regresar nuevamente y si es posible sola para seguir indagando y conquistando el mundo al compás de mi imaginación.
No regrese, aunque quise ir, pero no lo hice porque mi inocencia de ver a los demás se estaba desvaneciendo y el temor ingresaba lentamente a apoderarse de mi para poder así estar atenta ante cualquier adversidad.
Unos años después, dejé mi primera bicicleta amiga que con tanto cariño le dije adiós, ya que con esta había aprendido a manejar e independizarme, conociendo tantos lindos lugares y amigos.
Me obsequiaron una bicicleta netamente para hacer ciclismo. Fui feliz, desde aquel entonces. Era una bicicleta muy grande para mi edad, con la apariencia aventurera y mística pero con aires de liviandad que al poco tiempo descubrí ciertos misterios que guardaba y los puse aprueba coronándose como una guerrera de grandes recuerdos.
No había día en que no saliera a pasear, no había excusa alguna para no poder salir. A veces sentía vergüenza, pues me parecía que era la única, teniendo una bicicleta de ciclismo, y ver que otros tenían una simple bicicleta. Al hacer tal comparación, me alegré de ser la única con una bicicleta así, no muy común en la ciudad, y que realmente me la merecía pues encontré otra virtud en mí y se llama aventura.
Me iba más allá de los limites, me recorría la ciudad, entre calles, avenidas y autopistas, disfrutando de mi fresca adolescencia que solía notarse en la rebeldía de mis cabellos que se iban despeinando con el rozar del viento.
Por las tardes salía con mi papá a ejercitarnos en bicicleta. Sin apuros íbamos pedaleando, pasando por aquel túnel de arboles que nos daba la bienvenida con el tenue agitar de sus hojas, contemplar a la distancia aquellas dunas donde se guarda el sol y pensar en lo hermoso que es todo esto en resumen.
En nuestras rutas, mi papá, me enseñó ciertos trucos de un innato ciclista, como subir y bajar una pendiente, a que velocidad ir en ruta larga, los cambios y otros. Pero más que eso compartimos momentos gratos, un recuerdo imperdible que aun conservo.
Los paseos en bicicleta con mis papás, primos, amigos y sola, me trajo muchas anécdotas y aventuras entre risas, llantos, juegos, descubrimientos, lugares, las innumerables parchadas de llanta, las tantas caídas y las tantas levantadas, la carrerita de quién llega hasta la esquina, manejar con una mano e intentar sin ambas, ir cantando a voz en cuello, soltando margaritas por doquier, sólo pedalear a velocidad, dejar que corra, y corra el viento por tus cabellos, ir ligera y dejarme guiar por el timón de mi entrañable bicicleta.
Soñar despierta, imaginar lo imaginable, las mil aventuras que se sumaron día tras día que con el tiempo se convierte en un bien apreciable. El recuerdo.
Mi bicicleta y las dos únicas bicicletas que tuve en mi niñez y adolescencia yace guardadas, quizás esperando que alguien les de un paseo, esperando seguir aventurándose por aquel sendero del cual recorrí en el algún momento, sonriendo y disfrutando de aquella magia.
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