Me encontraba en clases de la universidad. Llegué más temprano que de costumbre. Algunos compañeros ya se encontraban en el salón de clase, esperando que empiece. Ese día nos tocaba clases en el segundo piso del primer pabellón. Por nuestras cabezas jamas imaginamos que algo malo se vendría, algo que cambiarían las vidas de todos y de cada uno de nosotros. Y que después quedaría como un emblemático recuerdo.
Esa tarde, siendo las 6:30pm, empezó un leve movimiento terrenal. No soy tan suceptible para los sismos. Pero ese día algo me hizo levantar y fue por medio de un amigo. Ambos salimos del salón y a lo mucho donde pude llegar fue hasta el corredor. Me quede ahí, me vi sola. No vi a nadie mas a mi alrededor que fuera yo. Mi amigo desapareció en ese momento de mi mente. El movimiento terrenal se asentó mas, golpeaba el suelo con mas fuerza. Me sostuve del muro que separa el corredor con el vacío. Mi mente se anuló. !Reaccioné¡ y me dije: ¿que hago sostenida de esto?, retrocedí temerosamente, cuando en eso sopló un fuerte viento por mi lado izquierdo y al frente mio, vi como se caía un poste de electricidad, y de los aires broto una luz cual relámpago, con un sonido cual trueno. Todo esto ocurrió al momento que cayó el poste. Fue en fracciones de segundos. me asusté. ¿Qué está pasando?, brotó una pregunta de mi cabeza. Nunca se ha visto rayos, ni truenos, ni mucho menos relámpagos por esta ciudad. ¿Qué está sucediendo? de nuevo me hice la interrogante. Es el fin, sí, es el fin del mundo acá se termina todo, fue mi respuesta. Recé. Escuché la voz de mi amigo, quien me gritaba de la escalera, "corre, corre, ven..." Asenté perturbada, corrí como pude, por el movimiento no podía pisar bien, pisaba en falso, me adelantaba dos escalones de más. Entendí que el que tiene la discapacidad de ser ciego se le es difícil guiarse solo, no es nada fácil. Así me sentí yo estando a oscuras, tambaleando, guiarme sólo por instintos del cuerpo y la mente. Bajé con dificultad y ayuda de otros. Me sentí mareada y a la vez angustiada. Me encontraba sola. Rece en voz alta. Por mi mente iban pasando una galería de personas, mis padres, abuelos, primos, tíos, amigos, en fin...Alguien me toma de la mano, era un profesor por lo visto. No lo conocía, pero llevaba saco y se notaba mayor en edad. Me dijo que todo estaría bien, que ya pasó lo peor. Dejó de temblar la tierra. Corrí hasta donde estaban mis otros amigos en el otro pabellón. Los abracé. En ese momento recobré el sentido. Nos pusimos de acuerdo para irnos todos juntos. Todos los estudiantes se encontraban llorando, algunos se desmayaron de la impresión, rapidamente se fueron marchando, preocupados por sus familias, otros por sus hijos aun niños y otros llamando a sus parejas. Un amigo me entrega mis cosas olvidadas en el salón de clase. Salimos afuera. Veíamos como todos se iban caminando porque no había ningún carro que los movilizara. Y así como nosotros, aquellos taxistas también estaban preocupados por sus familias. Fuimos los únicos que nos quedamos varados allí. Eramos seis y dos chicos más que desconocíamos en total eramos ocho. Esperando alguna movilidad. Un taxista piadoso se estacionó llevaba a dos personas consigo. Entramos como pudimos. La cosa era llegar al centro la ciudad. Nos dejó a unas cuantas cuadras de la plaza de armas. Al momento que bajamos, vimos una catástrofe, me dio una pena inmensa. Parecía que me encontraba en aquellos países donde existe la guerra constante y sonante. Las casas derrumbadas, los cables eléctricos enredados cual telaraña. Seguimos caminando y viendo a nuestro alrededor, estupefactos y yertos en vida. Era increíble ver una ciudad tranquila, pacifica a pasar a la nada.
Llegamos a la plaza de armas. Cuanta gente llamaban a gritos a sus familiares o amigos por sus nombres. Seguimos caminando desterrados complemetamente de nuestro consciente. Una amiga tuvo contacto telefónico con sus padres, les dijo que se quedaría en casa de una amiga, quien estaba ahí presente. Ella vivía demasiado lejos de la ciudad, al menos se quedó tranquila sabiendo que sus padres estaban bien.
La primera a quien dejaron, fue a mí. El resto se fue a la casa de esta amiga. Mi mamá me estaba esperando afuera de la casa. Y al verla ahí parada volteando la cabeza de un lado a otro esperando si regreso. Entendí que una madre en efecto nunca se cansa de esperar. Fui donde ella, la abracé y lloramos. Pasamos, inmediatamente sacamos algunas frazadas y casacas. Era invierno, aunque el clima estaba cambiando, desde ese día el clima cambio de dirección. Veíamos como todos se iban caminando con sus hijos en frazadas, otros llevando sus almohadas, no sabíamos adonde se iban, quizás a la casa de algún familiar. Me daban ganas de irme con ellos, pero no pude.
Esa madrugada nos las pasamos durmiendo afuera en el garaje. Casi ni dormimos por las fuertes replicas. Aquella noche mi mamá y yo, vimos tantas estrellas como pudimos. Ellas fueron las únicas que alumbraban nuestra noche y hasta quizás eran almas despidiéndose de nosotros.
Al notar salir el sol, nos fuimos a la finca de mis abuelos. Allí nos quedamos un buen tiempo. Armamos nuestra carpa de camping en medio de todo el terral. Estuvimos tranquilas, antes de dormir mirábamos las estrellas. Habían tantas estrellas como un infinito océano. Nos contábamos anécdotas, reíamos de algunas. Ya era hora de dormir. Eran las ocho en punto de la noche. Otro día más se nos iba, más no la angustia.
Dos días mas tarde, fue una pesadilla. Me sentí en Palestina, tan lejos y extraña, una tierra de nadie. En la noche nos encontrábamos mi mamá y yo apunto de dormir. Pero vimos unos pobladores que andaban con sus antorchas mormurando y cercando con fuego la entrada de esa zona. Le pregunté a mi mamá que estará pasando. Fue a averiguar. Ella vino espantada diciendome que se habían escapado los presidiarios, están robando a quema ropa. Desarmamos nuestra carpa inmediatamente. Nos fuimos a casa de mis abuelos. Avisamos al resto. Mi mamá y el resto de la familia se fueron hacer guardia con el resto de los pobladores. Mi abuela y yo nos quedamos ahí afuera sentadas en la perezosa. Cuando en ese momento se escucharon disparos. Llamé a la policía, al parecer no sólo era en esa zona, sino en toda la ciudad. Recé. Miré al cielo y vi la luna llena con su inquientante frialdad. Otra vez la tierra empezó a temblar. Dejaron de disparar. Al rato otra vez la encrucijada de fuego. Entendí a aquellas personas que viven en carne propia la guerra de tierras en Arabia, Irak y otros países. Sobre todo por los niños y personas inocentes que tienen que formar parte de esta sórdida guerra. Teníamos mucho frio, no sabíamos si estar seguras afuera o adentro. Entramos a la casa. Ambas nos echamos a la cama. Nos quedamos profundamente dormidas.
Me enteré que la iglesia en donde me habían bautizado y di la primera comunión había sido destruida por el fatídico terremoto. No lo podía creer. Ese día me fui a ver si era cierto. Y así fue. Me horroricé, esto era demasiado. El resto de la gente al igual que yo nos embargamos en la tristeza. La mayoría de la población, se bautizó, dio su primera comunión, confirmación y hasta se casó en aquella iglesia.
Caminé, me enteré que muchas personas habían salido heridos, algunas conocidas, algunas otras estaban buscándolos entre los escombros y otros enterrándolos. Mi ciudad pasó a ser la más vista a nivel mundial. Mucha ayuda vino de afuera como la Unión Europea y otras organizaciones. Los diarios no hacían más que hablar del terremoto, se sumaban más de quinientos fallecidos en un día.
Esto me deprimió, quería irme de la ciudad. No sé por qué no lo hice, quizás por estar con mi familia. Me sentía sola, buscaba la seguridad y el calor hogareño. Me encontraba arrancada y desamparada, después de aquella noche fatal, sólo quería encontrar paz. Fui a visitar a mis tías y demás primos. Decidí quedarme apartir de ese día con ellos. Mi estadía se prolongó a un mes.
Al cabo de un buen tiempo, mi mamá y yo regresamos a casa. Las replicas cada día eran de menos intensidad. Poco a poco el cambio climático se equilibraría. Todos regresarían a sus deberes educativos y laborales. Más una ausencia se hacia notar. La ciudad ya no seguiría siendo la misma desde ese entonces.
Niños, jóvenes, adultos y ancianos fallecieron ese día. Dejaron cosas que hacer, para yacer en la eternidad, y ser manto de estrellas con luz propia vista por la noche y recordadas por el día.
Ahora entiendo aquel manto de estrellas de aquella noche.
15 de agosto del 2007, Terremoto en la ciudad de Ica. Un día memorable para recordar por aquellas personas que nos dejaron y partieron a una mejor vida.
Esa tarde, siendo las 6:30pm, empezó un leve movimiento terrenal. No soy tan suceptible para los sismos. Pero ese día algo me hizo levantar y fue por medio de un amigo. Ambos salimos del salón y a lo mucho donde pude llegar fue hasta el corredor. Me quede ahí, me vi sola. No vi a nadie mas a mi alrededor que fuera yo. Mi amigo desapareció en ese momento de mi mente. El movimiento terrenal se asentó mas, golpeaba el suelo con mas fuerza. Me sostuve del muro que separa el corredor con el vacío. Mi mente se anuló. !Reaccioné¡ y me dije: ¿que hago sostenida de esto?, retrocedí temerosamente, cuando en eso sopló un fuerte viento por mi lado izquierdo y al frente mio, vi como se caía un poste de electricidad, y de los aires broto una luz cual relámpago, con un sonido cual trueno. Todo esto ocurrió al momento que cayó el poste. Fue en fracciones de segundos. me asusté. ¿Qué está pasando?, brotó una pregunta de mi cabeza. Nunca se ha visto rayos, ni truenos, ni mucho menos relámpagos por esta ciudad. ¿Qué está sucediendo? de nuevo me hice la interrogante. Es el fin, sí, es el fin del mundo acá se termina todo, fue mi respuesta. Recé. Escuché la voz de mi amigo, quien me gritaba de la escalera, "corre, corre, ven..." Asenté perturbada, corrí como pude, por el movimiento no podía pisar bien, pisaba en falso, me adelantaba dos escalones de más. Entendí que el que tiene la discapacidad de ser ciego se le es difícil guiarse solo, no es nada fácil. Así me sentí yo estando a oscuras, tambaleando, guiarme sólo por instintos del cuerpo y la mente. Bajé con dificultad y ayuda de otros. Me sentí mareada y a la vez angustiada. Me encontraba sola. Rece en voz alta. Por mi mente iban pasando una galería de personas, mis padres, abuelos, primos, tíos, amigos, en fin...Alguien me toma de la mano, era un profesor por lo visto. No lo conocía, pero llevaba saco y se notaba mayor en edad. Me dijo que todo estaría bien, que ya pasó lo peor. Dejó de temblar la tierra. Corrí hasta donde estaban mis otros amigos en el otro pabellón. Los abracé. En ese momento recobré el sentido. Nos pusimos de acuerdo para irnos todos juntos. Todos los estudiantes se encontraban llorando, algunos se desmayaron de la impresión, rapidamente se fueron marchando, preocupados por sus familias, otros por sus hijos aun niños y otros llamando a sus parejas. Un amigo me entrega mis cosas olvidadas en el salón de clase. Salimos afuera. Veíamos como todos se iban caminando porque no había ningún carro que los movilizara. Y así como nosotros, aquellos taxistas también estaban preocupados por sus familias. Fuimos los únicos que nos quedamos varados allí. Eramos seis y dos chicos más que desconocíamos en total eramos ocho. Esperando alguna movilidad. Un taxista piadoso se estacionó llevaba a dos personas consigo. Entramos como pudimos. La cosa era llegar al centro la ciudad. Nos dejó a unas cuantas cuadras de la plaza de armas. Al momento que bajamos, vimos una catástrofe, me dio una pena inmensa. Parecía que me encontraba en aquellos países donde existe la guerra constante y sonante. Las casas derrumbadas, los cables eléctricos enredados cual telaraña. Seguimos caminando y viendo a nuestro alrededor, estupefactos y yertos en vida. Era increíble ver una ciudad tranquila, pacifica a pasar a la nada.
Llegamos a la plaza de armas. Cuanta gente llamaban a gritos a sus familiares o amigos por sus nombres. Seguimos caminando desterrados complemetamente de nuestro consciente. Una amiga tuvo contacto telefónico con sus padres, les dijo que se quedaría en casa de una amiga, quien estaba ahí presente. Ella vivía demasiado lejos de la ciudad, al menos se quedó tranquila sabiendo que sus padres estaban bien.
La primera a quien dejaron, fue a mí. El resto se fue a la casa de esta amiga. Mi mamá me estaba esperando afuera de la casa. Y al verla ahí parada volteando la cabeza de un lado a otro esperando si regreso. Entendí que una madre en efecto nunca se cansa de esperar. Fui donde ella, la abracé y lloramos. Pasamos, inmediatamente sacamos algunas frazadas y casacas. Era invierno, aunque el clima estaba cambiando, desde ese día el clima cambio de dirección. Veíamos como todos se iban caminando con sus hijos en frazadas, otros llevando sus almohadas, no sabíamos adonde se iban, quizás a la casa de algún familiar. Me daban ganas de irme con ellos, pero no pude.
Esa madrugada nos las pasamos durmiendo afuera en el garaje. Casi ni dormimos por las fuertes replicas. Aquella noche mi mamá y yo, vimos tantas estrellas como pudimos. Ellas fueron las únicas que alumbraban nuestra noche y hasta quizás eran almas despidiéndose de nosotros.
Al notar salir el sol, nos fuimos a la finca de mis abuelos. Allí nos quedamos un buen tiempo. Armamos nuestra carpa de camping en medio de todo el terral. Estuvimos tranquilas, antes de dormir mirábamos las estrellas. Habían tantas estrellas como un infinito océano. Nos contábamos anécdotas, reíamos de algunas. Ya era hora de dormir. Eran las ocho en punto de la noche. Otro día más se nos iba, más no la angustia.
Dos días mas tarde, fue una pesadilla. Me sentí en Palestina, tan lejos y extraña, una tierra de nadie. En la noche nos encontrábamos mi mamá y yo apunto de dormir. Pero vimos unos pobladores que andaban con sus antorchas mormurando y cercando con fuego la entrada de esa zona. Le pregunté a mi mamá que estará pasando. Fue a averiguar. Ella vino espantada diciendome que se habían escapado los presidiarios, están robando a quema ropa. Desarmamos nuestra carpa inmediatamente. Nos fuimos a casa de mis abuelos. Avisamos al resto. Mi mamá y el resto de la familia se fueron hacer guardia con el resto de los pobladores. Mi abuela y yo nos quedamos ahí afuera sentadas en la perezosa. Cuando en ese momento se escucharon disparos. Llamé a la policía, al parecer no sólo era en esa zona, sino en toda la ciudad. Recé. Miré al cielo y vi la luna llena con su inquientante frialdad. Otra vez la tierra empezó a temblar. Dejaron de disparar. Al rato otra vez la encrucijada de fuego. Entendí a aquellas personas que viven en carne propia la guerra de tierras en Arabia, Irak y otros países. Sobre todo por los niños y personas inocentes que tienen que formar parte de esta sórdida guerra. Teníamos mucho frio, no sabíamos si estar seguras afuera o adentro. Entramos a la casa. Ambas nos echamos a la cama. Nos quedamos profundamente dormidas.
Me enteré que la iglesia en donde me habían bautizado y di la primera comunión había sido destruida por el fatídico terremoto. No lo podía creer. Ese día me fui a ver si era cierto. Y así fue. Me horroricé, esto era demasiado. El resto de la gente al igual que yo nos embargamos en la tristeza. La mayoría de la población, se bautizó, dio su primera comunión, confirmación y hasta se casó en aquella iglesia.
Caminé, me enteré que muchas personas habían salido heridos, algunas conocidas, algunas otras estaban buscándolos entre los escombros y otros enterrándolos. Mi ciudad pasó a ser la más vista a nivel mundial. Mucha ayuda vino de afuera como la Unión Europea y otras organizaciones. Los diarios no hacían más que hablar del terremoto, se sumaban más de quinientos fallecidos en un día.
Esto me deprimió, quería irme de la ciudad. No sé por qué no lo hice, quizás por estar con mi familia. Me sentía sola, buscaba la seguridad y el calor hogareño. Me encontraba arrancada y desamparada, después de aquella noche fatal, sólo quería encontrar paz. Fui a visitar a mis tías y demás primos. Decidí quedarme apartir de ese día con ellos. Mi estadía se prolongó a un mes.
Al cabo de un buen tiempo, mi mamá y yo regresamos a casa. Las replicas cada día eran de menos intensidad. Poco a poco el cambio climático se equilibraría. Todos regresarían a sus deberes educativos y laborales. Más una ausencia se hacia notar. La ciudad ya no seguiría siendo la misma desde ese entonces.
Niños, jóvenes, adultos y ancianos fallecieron ese día. Dejaron cosas que hacer, para yacer en la eternidad, y ser manto de estrellas con luz propia vista por la noche y recordadas por el día.
Ahora entiendo aquel manto de estrellas de aquella noche.
15 de agosto del 2007, Terremoto en la ciudad de Ica. Un día memorable para recordar por aquellas personas que nos dejaron y partieron a una mejor vida.
Comentarios
Publicar un comentario