No sé por qué motivo exactamente llegamos a salir. Pero ahí te veía, detrás de mi. Acercándote de a pocos, molestandome y colmándome la poca paciencia que tenia contigo estando en clases. Pero aun así estaba empezando a sentir algo por ti, un gusto, de esos que dices veamos hasta donde llega todo esto. Un gusto que terminó en un disgusto rotundo. Un disgusto que me impediría hablarte y acercarme a ti.
Era verano, me llamaste y acordamos para ir a la piscina los dos. Tu y yo, nadie mas. Llevé mi vieja cámara de esas con rollo. Nos tomamos algunas fotos, noté en ti, las ganas que tenias por besarme y quizás también me sentí tentada. Salimos de la piscina. Caminamos a lo ancho de la pista. Me abrazaste me giraste hacia a ti y me besaste. Me dijiste que te gustaba, que te parecía una chica muy linda, la mas linda del salón. Me entre cejé y sonreí con ironía. No sé si porque soy realista, o porque no soy creyente de las cursilerías. Sea lo que sea, respondí un "que bien" a secas.
Le conté a una que otra amiga mía de nuestro romance, de tu manera de actuar, besar, y hablar. Prefería mantener distancia contigo porque ese beso no significo nada para mi, sólo fue una prueba y una prueba de conocerte mejor.
No había día en que no llegaras a mi casa. Llegabas muy temprano en la mañana y te quedabas hasta la tarde. Me decías que no habías desayunado, y pretendías quedarte viéndome comer, sólo eso. Me decía a mi misma: ¿y éste no tiene casa? ¿qué hace acá?.
Me molestaba que llegaras a mi casa sin avisar, peor aun cuando me encontraba durmiendo. A veces te veía desde mi ventana que estabas tocando la puerta. Pero no te abría, volvía a la cama a seguir durmiendo.
Tu obsesión por mi, se estaba haciendo grande. Y ya no sólo me buscabas sino que también invadías mi espacio. Me llamabas reiteradas veces al teléfono. No pasaba ni minutos y volvías a llamar. Sólo para preguntarme que estaba haciendo, que hice hoy, o adonde pretendía salir. Al día me llamabas sin exagerar mas de quince veces, y eso me tenia colmada.
Un día domingo, -los días domingos son sagrados para mi-, llegaste a mi casa como si fueras amo y señor de mi casa. Y me preguntaste por qué había demorado en abrir la puerta. Y respondí con fastidio, que los días domingos no veo a nadie. Te sentiste dolido y me dijiste con voz amenazante, entonces me voy, mira que ya me estoy yendo. Te acercaste a la puerta, mientras que yo estaba sentada en el sillón. Y sin bacilar te dije: ¿te vas?, entonces vete. Eso si, antes de salir procura cerrar la puerta. Insististe con voz temerosa, mira que me voy, si eso es lo que quieres. Ya no volveré a venir. De mi voz salió un ¡Aleluya! y no se si lo habrás escuchado. Te fuiste.
A la semana siguiente regresas a visitarme. Te abro la puerta con desganas, y me dices que te acompañe a tomarte algunas fotos para un certificado. No he desayunado aun, te dije. Yo te invito, me respondiste sin problemas. Cedí en acompañarte. Me llevaste caminando en pleno sol de verano. Por la calle andabas diciendome desconformidades que parecías un niño llorando que le compren su juguete.
Te tomaste fotos, y me dices ahora vamos a mi casa para invitarte desayuno. Entre en seño, !así¡, alcé la voz y te dije algunas cosas que ya estaban saliendose de control. Me fui caminando. Tu me seguías atrás. Entré a una pizzería. Te quedaste mirándome y me saliste con una excusa que no tenias cambio y querías una moneda para hacer una llamada. Tanta fue tu insistencia cual niño y su rabieta. Que te di una moneda para que dejes de molestarme y hagas tu llamada. No demoraste ni diez segundos y regresaste, tranquilo. Diciendome que ya te ibas. Nunca me devolviste mi moneda porque según tu hiciste esa llamada. Según yo, no tenias ni para el pasaje y querías una moneda para regresar a tu casa.
Ya no quería saber de ti, habías colmado mi paciencia. Me alejé. A la semana siguiente me enfermé de una infección al estómago. Me llevó toda una semana en reestablecerme. En días de mi recuperación. Me llamas a mi celular. Exigiendome que vaya a tu casa, tu familia había viajado y te encontrabas solo.Te respondí que en primer lugar me encontraba enferma y en segundo lugar no iría. No entendiste. Y me volviste a exigir.
Te colgué el teléfono. Me cansé de tu control hacia mi y la poca cordura que tenias conmigo. Pensaste que con ese beso serias dueño de mi vida, pues no fue así.
Me recuperé de todo, y para que ya no me sigas colmándome con tus llamadas y exigencias tontas. Cambié mi número, te borré del correo y me fui de viaje por una semana. Para olvidarme de aquel acontecimiento pero también para respirar nuevos aires.
Terminada las vacaciones de verano. Regresamos a clases. Ahí te veía, y de cierta manera te acercabas, pero ya ni te hablaba, ni me acercaba a ti. Porque cada vez que correspondía el saludo cordial, lo confundías con derechos. Derechos que en ningún momento te pertenecían.
Ese año y semestre, fue la única vez que te volví a ver. Me cambié de turno. Hice nuevos amigos. Te dejé de ver.
Después de casi tres años te volví a ver, estabas con tu enamorada caminando por la calle. Nuestras miradas se cruzaron, pero fue como de dos perfectos desconocidos, pensé rápido. De que sirve conservar una pareja o amistad si lo que hace es controlarte y obsesionarse, sin tener en cuenta el respeto. Es preferible alejarse porque después de todo siempre queda una lección. Ya no más piedras en mi zapato.
Era verano, me llamaste y acordamos para ir a la piscina los dos. Tu y yo, nadie mas. Llevé mi vieja cámara de esas con rollo. Nos tomamos algunas fotos, noté en ti, las ganas que tenias por besarme y quizás también me sentí tentada. Salimos de la piscina. Caminamos a lo ancho de la pista. Me abrazaste me giraste hacia a ti y me besaste. Me dijiste que te gustaba, que te parecía una chica muy linda, la mas linda del salón. Me entre cejé y sonreí con ironía. No sé si porque soy realista, o porque no soy creyente de las cursilerías. Sea lo que sea, respondí un "que bien" a secas.
Le conté a una que otra amiga mía de nuestro romance, de tu manera de actuar, besar, y hablar. Prefería mantener distancia contigo porque ese beso no significo nada para mi, sólo fue una prueba y una prueba de conocerte mejor.
No había día en que no llegaras a mi casa. Llegabas muy temprano en la mañana y te quedabas hasta la tarde. Me decías que no habías desayunado, y pretendías quedarte viéndome comer, sólo eso. Me decía a mi misma: ¿y éste no tiene casa? ¿qué hace acá?.
Me molestaba que llegaras a mi casa sin avisar, peor aun cuando me encontraba durmiendo. A veces te veía desde mi ventana que estabas tocando la puerta. Pero no te abría, volvía a la cama a seguir durmiendo.
Tu obsesión por mi, se estaba haciendo grande. Y ya no sólo me buscabas sino que también invadías mi espacio. Me llamabas reiteradas veces al teléfono. No pasaba ni minutos y volvías a llamar. Sólo para preguntarme que estaba haciendo, que hice hoy, o adonde pretendía salir. Al día me llamabas sin exagerar mas de quince veces, y eso me tenia colmada.
Un día domingo, -los días domingos son sagrados para mi-, llegaste a mi casa como si fueras amo y señor de mi casa. Y me preguntaste por qué había demorado en abrir la puerta. Y respondí con fastidio, que los días domingos no veo a nadie. Te sentiste dolido y me dijiste con voz amenazante, entonces me voy, mira que ya me estoy yendo. Te acercaste a la puerta, mientras que yo estaba sentada en el sillón. Y sin bacilar te dije: ¿te vas?, entonces vete. Eso si, antes de salir procura cerrar la puerta. Insististe con voz temerosa, mira que me voy, si eso es lo que quieres. Ya no volveré a venir. De mi voz salió un ¡Aleluya! y no se si lo habrás escuchado. Te fuiste.
A la semana siguiente regresas a visitarme. Te abro la puerta con desganas, y me dices que te acompañe a tomarte algunas fotos para un certificado. No he desayunado aun, te dije. Yo te invito, me respondiste sin problemas. Cedí en acompañarte. Me llevaste caminando en pleno sol de verano. Por la calle andabas diciendome desconformidades que parecías un niño llorando que le compren su juguete.
Te tomaste fotos, y me dices ahora vamos a mi casa para invitarte desayuno. Entre en seño, !así¡, alcé la voz y te dije algunas cosas que ya estaban saliendose de control. Me fui caminando. Tu me seguías atrás. Entré a una pizzería. Te quedaste mirándome y me saliste con una excusa que no tenias cambio y querías una moneda para hacer una llamada. Tanta fue tu insistencia cual niño y su rabieta. Que te di una moneda para que dejes de molestarme y hagas tu llamada. No demoraste ni diez segundos y regresaste, tranquilo. Diciendome que ya te ibas. Nunca me devolviste mi moneda porque según tu hiciste esa llamada. Según yo, no tenias ni para el pasaje y querías una moneda para regresar a tu casa.
Ya no quería saber de ti, habías colmado mi paciencia. Me alejé. A la semana siguiente me enfermé de una infección al estómago. Me llevó toda una semana en reestablecerme. En días de mi recuperación. Me llamas a mi celular. Exigiendome que vaya a tu casa, tu familia había viajado y te encontrabas solo.Te respondí que en primer lugar me encontraba enferma y en segundo lugar no iría. No entendiste. Y me volviste a exigir.
Te colgué el teléfono. Me cansé de tu control hacia mi y la poca cordura que tenias conmigo. Pensaste que con ese beso serias dueño de mi vida, pues no fue así.
Me recuperé de todo, y para que ya no me sigas colmándome con tus llamadas y exigencias tontas. Cambié mi número, te borré del correo y me fui de viaje por una semana. Para olvidarme de aquel acontecimiento pero también para respirar nuevos aires.
Terminada las vacaciones de verano. Regresamos a clases. Ahí te veía, y de cierta manera te acercabas, pero ya ni te hablaba, ni me acercaba a ti. Porque cada vez que correspondía el saludo cordial, lo confundías con derechos. Derechos que en ningún momento te pertenecían.
Ese año y semestre, fue la única vez que te volví a ver. Me cambié de turno. Hice nuevos amigos. Te dejé de ver.
Después de casi tres años te volví a ver, estabas con tu enamorada caminando por la calle. Nuestras miradas se cruzaron, pero fue como de dos perfectos desconocidos, pensé rápido. De que sirve conservar una pareja o amistad si lo que hace es controlarte y obsesionarse, sin tener en cuenta el respeto. Es preferible alejarse porque después de todo siempre queda una lección. Ya no más piedras en mi zapato.
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