El cálido viento agitaba las hojas de añejos arboles olvidados, sacudiendo el polvo de sus hojas, acumuladas por el transcurso de los días.
No saben como fueron a parar allí, no sabiendo quien fue el que los sembró o si fue la naturaleza misma. Sólo saben a través de sus raíces que aun siguen con vida mediante el agua y la tierra fértil de aquel campo de cultivo. Esos arboles que con el paso de los años se han hecho historia y les delata la gruesa coraza de su tronco. A través de sus ramas traspasa una tenue luz de sol. Una sensación de calidez y paz.
Sirve como sombra y refugio de las diminutas hormigas y nidos de pájaros cantores. Saben que están de paso, la naturaleza les permite compartir por lo sabia que es. No piden nada a cambio; sólo paz.
Como árboles quietos y añejos son Antonio y Elvira. Ambos contemplan la tarde sentados en su silla hecha a base de huarango, esperando la llegada de visitantes. Una familia joven del cual quedó en ir a verlos para la venta de un terreno.
Ahí llegaban ellos, puestos en una moto lineal, adelante su pequeña hija, el joven esposo manejando y la sonriente mujer detrás.
Estacionaron la moto debajo de un árbol frondoso. Antonio y Elvira saludaron a los visitantes con cordialidad. Antonio le invita a conocer al joven hombre parte de la extensión de tierras. Mientras que ambos hombres negociaban la venta. La mujer y la niña se quedaron a un lado. La niña miró inquieta a su alrededor. Levantó la mirada y vio colgado en aquella pared de barro y polvorienta, estaba colgado un cuadro de fotos. Elvira notó su curiosidad. Entró a su habitación fue a buscar aquel cofrecito de caoba donde guardaba sus cosas más preciadas que le tocó vivir.
Salió con el cofre en mano. Lo abrió para vista y paciencia de la mujer y la niña. Elvira soltó una amable sonrisa, esperaba que aquel cofre fuese abierto para así poder revivir y contar su experiencia a otros. En realidad esperaba sentir que sus antecedentes fuesen recordados durante años. En aquel cofre guardaba una historia en sepia; de guerra y paz, de huida y estadía, de juventud y vejez.
A comienzos del año1937, cuando era principios de una desatadura política y crítica a nivel mundial.
Italia aun respiraba libertad. Don Mario Tealdi contrae nupcias con Doña Anna Biagini. Ambos se dedicaban al negocio, él a la manufactura y ella a la confección de sombreros para mujeres de alta sociedad. Al poco tiempo sale embarazada. Prosperaban economicamente, aun no sabían lo que más tarde le depararía el destino.
En 1938 nace su primogénito por nombre Ettore. La familia gozaba con las comodidades que sólo tenían una familia de clase media alta. La manufactura era un gran negocio y la confección-venta de sombreros daba que hablar. A fin de año se rumoreaba que las fuerzas armadas entrarían en guerra muy pronto. Nadie estaba seguro. La población caminaba con cierto terror y angustia. Pronto los negocios se vendrían abajo. Mujeres, niños y ancianos pronto dejarían de comer para vivir enterrados bajo escombros, los hombres de la casa pasarían a formar parte como voluntarios para las fuerzas armadas. Nada estaba dicho aun. Pero ya se había sembrado el pánico en todo el territorio Italiano.
Era 1940, Italia ya le había declarado la guerra a Francia. La guerra ya estaba cantada. Sólo se esperaba que todo terminase pronto, sin imaginar que la guerra acabaría seis años después. Pronto los Alemanes invadirían todo el circuito europeo para adueñarse de personas inofensivas por no ser pura y de sangre.
Don Mario y Doña Anna con su pequeño hijo Ettore, decidieron huir de Italia. Decidieron cambiar el rumbo a sus vidas. Don Mario tuvo contacto con un viejo amigo en América.
Panamá, Febrero 06 de 1940
Querido amigo Mario, acabo de leer tu carta y he notado aflicción en tus letras es por ello que inmediatamente he tomado papel y pluma para darte una buena respuesta.
Las cosas por acá están yendo de maravilla. Empecé a trabajar como obrero en una naviera con lo que pude ahorrar abrí un negocio de venta de maquinarias. Me esta yendo muy bien. El país es caluroso pero se vive tranquilamente feliz. América es un continente para vivir bien. Dios ampare la guerra por el viejo continente.
Espero tener el gusto de conocer a tu familia por acá.
Se despide con un hasta pronto tu entrañable amigo
Lucas.
Al terminar de leer la carta Don Mario suelta un bienaventurado y largo suspiro. Sabía que tenía que huir al lado de su familia lo más pronto posible de Italia.
Vendió todo lo que pudo, algunas cosas las dejó a la suerte de sus amigos y otras a su suerte. Con el dinero que pudo recaudar de las ventas compró por lo bajo un espacio en una embarcación que saldría para América. Sin imaginar que el espacio que compró sería un deposito de almacenamiento.
La familia Tealdi Biagini zarparon de la costa de Nápoles rumbo a la tan esperanzada América, con dos maletas en mano y un niño en brazos. La familia se acomodó como pudo en aquel almacén sucio y lleno de moho, con algunos pericotes escondidos en sus madrigueras. Contaban los días para llegar sin saber a que país desembarcarían y proclamar su lugar de residencia. Anna aun no sabía que dentro de su vientre estaba por crecer una nueva vida.
Al cabo de unos meses de tortuoso navío. Llegaron al puerto de Buenos Aires, Argentina. Sin saber adonde ir. Tuvieron suerte de encontrar a una pareja de esposos italianos. Ellos le ayudaron a hospedarse en su casa. Mientras que consiguen un trabajo.
Don Mario empezó a trabajar como obrero en una fabrica. Anna ya contaba con algunos meses de gestación, se dedicaba a su hijo y a la confección de sombreros.
Una tarde escucharon por la radio que las cosas por Italia no andaban bien. La guerra se estaba haciendo presente en cada instante. No había en donde esconderse. Sintieron pena por algunos amigos y familiares quienes dejaron por allá. Aunque se sentían reconfortados que ellos estuvieran con vida y tranquilidad.
Al año siguiente Doña Anna dio a luz a una niña con el nombre de Elvira. (La mamá de ésta se llamaba así).
En 1942 se desató el terror en el viejo continente. Por mandato de Hitler, los nazis invadieron y despojaron de sus casas a niños, jóvenes, adultos y ancianos. Según ellos, los llevarían a un lugar mejor. No sabrían que todos ellos acabarían pronto en un holocausto, una hoguera maldita.
La familia Tealdi Biagini pronto daría un salto repentino. El negocio de los sombreros daba que hablar. Don Mario se asoció con un compatriota, ambos formaron un negocio de ferretería. Economicamente estaban bien. Tenía razón se dijo Don Mario. Recordó la carta que su entrañable amigo le había escrito.
Años más tarde vendría un último hijo llamado Mario. La familia prosperó en todo los sentidos. Los hijos estudiaban en buenos colegios. Cada uno de ellos tenían un profesor que les daba clases particulares en casa. Elvira aun siendo una niña, ya estaba aprendiendo a bordar sabanas y manteles. Su próximo paso sería aprender a confeccionar sombreros al igual que su mamá.
Años más tarde y ya llegada la juventud. Elvira decide estudiar alta costura. Un grupo de amigos le presenta a unos amigos internados y estudiantes de medicina. Allí conoció a su esposo.
Antonio Ruiz un muchacho guapo, alto, flaco, de piel quemada por el sol. Inteligente así lo catalogó ella. El de nacionalidad Peruana, de condición humilde. Es el único hijo de padres dedicados al cultivo, quien por sus buenos méritos fue becado y destacado para estudiar medicina en Buenos Aires.
Al conocerse por intermedio de los amigos en común que ambos frecuentaban. Se enamoraron. Elvira por su condición social le invitaba a Antonio, a las diferentes reuniones sociales; cafés teatros y demás lugares que sólo una sociedad de clase media alta podía darse los lujos necesarios. Las numerosas fotos que guardaba consigo manifestaba una vida intensa superflua.
Los padres de Elvira estaban en desacuerdo con aquel noviazgo. Era simple, no aceptaban a Antonio como pretendiente. Ellos querían que su hija se casara con uno de la misma descendencia Italiana.
En los primeros años de medicina, Antonio decide casarse a escondidas con Elvira.
Una mañana muy temprano, Elvira lo tenía todo planeado. Fue a buscarlo en los departamentos de la universidad para residentes extranjeros. Ambos salieron de allí, rumbo a un registro civil.
Aquel día, se nombraron marido y mujer. Se casaron en secreto. Al fin y a cuentas la familia se llegaría a enterar al cabo de unos meses. Al cabo de unos meses le depararía noticias no muy gratas.
El papá de Antonio, falleció una noche de invierno. Recibió la carta escrita por su madre, eso le provocó un inmenso dolor. Tenía que regresar cuanto antes a Perú. Prefería ir solo, por el momento era así. Aunque pensándolo mejor su madre estaría sola por allá al cuidado de las tierras. Era mejor renunciar a la carrera de medicina, dejar la beca, dar las gracias por ello y llevarse a su mujer a Perú por una temporada, después regresaría a Argentina. Era mejor así. Así lo pensó él.
La noticia de las nupcias estalló en casa de los Tealdi Biagini. Los padres se decepcionaron penosamente. Sintieron que habían abusado de su confianza y la pureza de su hija.
No había tiempo que perder, tenían que irse si o si. Don Mario no quería saber nada del asunto, le dio la espalda. Doña Anna por su parte, recordó la huida de Italia como tuvo que dejar a muchos seres queridos y sobre todo a sus padres. No tuvo otra opción que dar la bendición a su hija. Antes que se vaya, le tomo por la mano a Antonio, que la cuide y la respete como se es debido. Antonio asentó con la mirada y le dio un beso en sus manos por confiar en él. Pronto estarían de regreso fueron sus últimas palabras.
Al llegar a Perú se instalaron en la casita humilde, ubicada en medio de toda la chacra. Permanecieron allí sin saber que vivirían el resto de sus vidas. Años mas tarde la Mamá de Antonio, fallece.
La idea de Antonio era vender todas las tierras y con ese dinero ir a Argentina a vivir, como lo planeó. Esperaba que llegaran buenos ofertantes. Pero ninguno les convenció.
La bendición no llegó al vientre de Elvira. Como pacto matrimonial, ambos se juraron estar juntos y únicos de por vida, así fue. Juntos los dos hasta que la muerte los separe.
Así pasaron los años, la juventud se evaporó, se dejó notar la realidad de la vida. La piel arrugada, el cabello descolorándose para ser blanco como la paz y la tranquilidad de aquel lugar. Las uñas carcomidas y amarillentas por los sembrios. Sentados en su silla hecha de tronco de huarango esperando visitantes.
La niña y la mujer se quedaron perplejas manifestando fascinación por aquella historia. Una historia que lleva consigo de generación en generación. Las fotos fueron copia fiel de una vida distinta a la que actualmente tiene. La niña y la mujer sonrieron. Prometieron regresar pronto.
Antonio y el joven hombre aparecieron. Ya es hora de irnos. La niña y la mujer se despidieron. Subieron a la moto. Se fueron alejando y perdiéndose entre los frondosos arboles.
Nuevamente Antonio y Elvira se sentaron en su clásica silla hecha de huarango. Contemplaron la puesta de sol como cada tarde. Se tomaron de la mano. "Aquí estamos bien, así estamos bien"..."juntos hasta que la muerte nos separe", fueron sus palabras. Ambos se miraron y soltaron un satisfactorio suspiro.
No saben como fueron a parar allí, no sabiendo quien fue el que los sembró o si fue la naturaleza misma. Sólo saben a través de sus raíces que aun siguen con vida mediante el agua y la tierra fértil de aquel campo de cultivo. Esos arboles que con el paso de los años se han hecho historia y les delata la gruesa coraza de su tronco. A través de sus ramas traspasa una tenue luz de sol. Una sensación de calidez y paz.
Sirve como sombra y refugio de las diminutas hormigas y nidos de pájaros cantores. Saben que están de paso, la naturaleza les permite compartir por lo sabia que es. No piden nada a cambio; sólo paz.
Como árboles quietos y añejos son Antonio y Elvira. Ambos contemplan la tarde sentados en su silla hecha a base de huarango, esperando la llegada de visitantes. Una familia joven del cual quedó en ir a verlos para la venta de un terreno.
Ahí llegaban ellos, puestos en una moto lineal, adelante su pequeña hija, el joven esposo manejando y la sonriente mujer detrás.
Estacionaron la moto debajo de un árbol frondoso. Antonio y Elvira saludaron a los visitantes con cordialidad. Antonio le invita a conocer al joven hombre parte de la extensión de tierras. Mientras que ambos hombres negociaban la venta. La mujer y la niña se quedaron a un lado. La niña miró inquieta a su alrededor. Levantó la mirada y vio colgado en aquella pared de barro y polvorienta, estaba colgado un cuadro de fotos. Elvira notó su curiosidad. Entró a su habitación fue a buscar aquel cofrecito de caoba donde guardaba sus cosas más preciadas que le tocó vivir.
Salió con el cofre en mano. Lo abrió para vista y paciencia de la mujer y la niña. Elvira soltó una amable sonrisa, esperaba que aquel cofre fuese abierto para así poder revivir y contar su experiencia a otros. En realidad esperaba sentir que sus antecedentes fuesen recordados durante años. En aquel cofre guardaba una historia en sepia; de guerra y paz, de huida y estadía, de juventud y vejez.
A comienzos del año1937, cuando era principios de una desatadura política y crítica a nivel mundial.
Italia aun respiraba libertad. Don Mario Tealdi contrae nupcias con Doña Anna Biagini. Ambos se dedicaban al negocio, él a la manufactura y ella a la confección de sombreros para mujeres de alta sociedad. Al poco tiempo sale embarazada. Prosperaban economicamente, aun no sabían lo que más tarde le depararía el destino.
En 1938 nace su primogénito por nombre Ettore. La familia gozaba con las comodidades que sólo tenían una familia de clase media alta. La manufactura era un gran negocio y la confección-venta de sombreros daba que hablar. A fin de año se rumoreaba que las fuerzas armadas entrarían en guerra muy pronto. Nadie estaba seguro. La población caminaba con cierto terror y angustia. Pronto los negocios se vendrían abajo. Mujeres, niños y ancianos pronto dejarían de comer para vivir enterrados bajo escombros, los hombres de la casa pasarían a formar parte como voluntarios para las fuerzas armadas. Nada estaba dicho aun. Pero ya se había sembrado el pánico en todo el territorio Italiano.
Era 1940, Italia ya le había declarado la guerra a Francia. La guerra ya estaba cantada. Sólo se esperaba que todo terminase pronto, sin imaginar que la guerra acabaría seis años después. Pronto los Alemanes invadirían todo el circuito europeo para adueñarse de personas inofensivas por no ser pura y de sangre.
Don Mario y Doña Anna con su pequeño hijo Ettore, decidieron huir de Italia. Decidieron cambiar el rumbo a sus vidas. Don Mario tuvo contacto con un viejo amigo en América.
Panamá, Febrero 06 de 1940
Querido amigo Mario, acabo de leer tu carta y he notado aflicción en tus letras es por ello que inmediatamente he tomado papel y pluma para darte una buena respuesta.
Las cosas por acá están yendo de maravilla. Empecé a trabajar como obrero en una naviera con lo que pude ahorrar abrí un negocio de venta de maquinarias. Me esta yendo muy bien. El país es caluroso pero se vive tranquilamente feliz. América es un continente para vivir bien. Dios ampare la guerra por el viejo continente.
Espero tener el gusto de conocer a tu familia por acá.
Se despide con un hasta pronto tu entrañable amigo
Lucas.
Al terminar de leer la carta Don Mario suelta un bienaventurado y largo suspiro. Sabía que tenía que huir al lado de su familia lo más pronto posible de Italia.
Vendió todo lo que pudo, algunas cosas las dejó a la suerte de sus amigos y otras a su suerte. Con el dinero que pudo recaudar de las ventas compró por lo bajo un espacio en una embarcación que saldría para América. Sin imaginar que el espacio que compró sería un deposito de almacenamiento.
La familia Tealdi Biagini zarparon de la costa de Nápoles rumbo a la tan esperanzada América, con dos maletas en mano y un niño en brazos. La familia se acomodó como pudo en aquel almacén sucio y lleno de moho, con algunos pericotes escondidos en sus madrigueras. Contaban los días para llegar sin saber a que país desembarcarían y proclamar su lugar de residencia. Anna aun no sabía que dentro de su vientre estaba por crecer una nueva vida.
Al cabo de unos meses de tortuoso navío. Llegaron al puerto de Buenos Aires, Argentina. Sin saber adonde ir. Tuvieron suerte de encontrar a una pareja de esposos italianos. Ellos le ayudaron a hospedarse en su casa. Mientras que consiguen un trabajo.
Don Mario empezó a trabajar como obrero en una fabrica. Anna ya contaba con algunos meses de gestación, se dedicaba a su hijo y a la confección de sombreros.
Una tarde escucharon por la radio que las cosas por Italia no andaban bien. La guerra se estaba haciendo presente en cada instante. No había en donde esconderse. Sintieron pena por algunos amigos y familiares quienes dejaron por allá. Aunque se sentían reconfortados que ellos estuvieran con vida y tranquilidad.
Al año siguiente Doña Anna dio a luz a una niña con el nombre de Elvira. (La mamá de ésta se llamaba así).
En 1942 se desató el terror en el viejo continente. Por mandato de Hitler, los nazis invadieron y despojaron de sus casas a niños, jóvenes, adultos y ancianos. Según ellos, los llevarían a un lugar mejor. No sabrían que todos ellos acabarían pronto en un holocausto, una hoguera maldita.
La familia Tealdi Biagini pronto daría un salto repentino. El negocio de los sombreros daba que hablar. Don Mario se asoció con un compatriota, ambos formaron un negocio de ferretería. Economicamente estaban bien. Tenía razón se dijo Don Mario. Recordó la carta que su entrañable amigo le había escrito.
Años más tarde vendría un último hijo llamado Mario. La familia prosperó en todo los sentidos. Los hijos estudiaban en buenos colegios. Cada uno de ellos tenían un profesor que les daba clases particulares en casa. Elvira aun siendo una niña, ya estaba aprendiendo a bordar sabanas y manteles. Su próximo paso sería aprender a confeccionar sombreros al igual que su mamá.
Años más tarde y ya llegada la juventud. Elvira decide estudiar alta costura. Un grupo de amigos le presenta a unos amigos internados y estudiantes de medicina. Allí conoció a su esposo.
Antonio Ruiz un muchacho guapo, alto, flaco, de piel quemada por el sol. Inteligente así lo catalogó ella. El de nacionalidad Peruana, de condición humilde. Es el único hijo de padres dedicados al cultivo, quien por sus buenos méritos fue becado y destacado para estudiar medicina en Buenos Aires.
Al conocerse por intermedio de los amigos en común que ambos frecuentaban. Se enamoraron. Elvira por su condición social le invitaba a Antonio, a las diferentes reuniones sociales; cafés teatros y demás lugares que sólo una sociedad de clase media alta podía darse los lujos necesarios. Las numerosas fotos que guardaba consigo manifestaba una vida intensa superflua.
Los padres de Elvira estaban en desacuerdo con aquel noviazgo. Era simple, no aceptaban a Antonio como pretendiente. Ellos querían que su hija se casara con uno de la misma descendencia Italiana.
En los primeros años de medicina, Antonio decide casarse a escondidas con Elvira.
Una mañana muy temprano, Elvira lo tenía todo planeado. Fue a buscarlo en los departamentos de la universidad para residentes extranjeros. Ambos salieron de allí, rumbo a un registro civil.
Aquel día, se nombraron marido y mujer. Se casaron en secreto. Al fin y a cuentas la familia se llegaría a enterar al cabo de unos meses. Al cabo de unos meses le depararía noticias no muy gratas.
El papá de Antonio, falleció una noche de invierno. Recibió la carta escrita por su madre, eso le provocó un inmenso dolor. Tenía que regresar cuanto antes a Perú. Prefería ir solo, por el momento era así. Aunque pensándolo mejor su madre estaría sola por allá al cuidado de las tierras. Era mejor renunciar a la carrera de medicina, dejar la beca, dar las gracias por ello y llevarse a su mujer a Perú por una temporada, después regresaría a Argentina. Era mejor así. Así lo pensó él.
La noticia de las nupcias estalló en casa de los Tealdi Biagini. Los padres se decepcionaron penosamente. Sintieron que habían abusado de su confianza y la pureza de su hija.
No había tiempo que perder, tenían que irse si o si. Don Mario no quería saber nada del asunto, le dio la espalda. Doña Anna por su parte, recordó la huida de Italia como tuvo que dejar a muchos seres queridos y sobre todo a sus padres. No tuvo otra opción que dar la bendición a su hija. Antes que se vaya, le tomo por la mano a Antonio, que la cuide y la respete como se es debido. Antonio asentó con la mirada y le dio un beso en sus manos por confiar en él. Pronto estarían de regreso fueron sus últimas palabras.
Al llegar a Perú se instalaron en la casita humilde, ubicada en medio de toda la chacra. Permanecieron allí sin saber que vivirían el resto de sus vidas. Años mas tarde la Mamá de Antonio, fallece.
La idea de Antonio era vender todas las tierras y con ese dinero ir a Argentina a vivir, como lo planeó. Esperaba que llegaran buenos ofertantes. Pero ninguno les convenció.
La bendición no llegó al vientre de Elvira. Como pacto matrimonial, ambos se juraron estar juntos y únicos de por vida, así fue. Juntos los dos hasta que la muerte los separe.
Así pasaron los años, la juventud se evaporó, se dejó notar la realidad de la vida. La piel arrugada, el cabello descolorándose para ser blanco como la paz y la tranquilidad de aquel lugar. Las uñas carcomidas y amarillentas por los sembrios. Sentados en su silla hecha de tronco de huarango esperando visitantes.
La niña y la mujer se quedaron perplejas manifestando fascinación por aquella historia. Una historia que lleva consigo de generación en generación. Las fotos fueron copia fiel de una vida distinta a la que actualmente tiene. La niña y la mujer sonrieron. Prometieron regresar pronto.
Antonio y el joven hombre aparecieron. Ya es hora de irnos. La niña y la mujer se despidieron. Subieron a la moto. Se fueron alejando y perdiéndose entre los frondosos arboles.
Nuevamente Antonio y Elvira se sentaron en su clásica silla hecha de huarango. Contemplaron la puesta de sol como cada tarde. Se tomaron de la mano. "Aquí estamos bien, así estamos bien"..."juntos hasta que la muerte nos separe", fueron sus palabras. Ambos se miraron y soltaron un satisfactorio suspiro.
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