¿Desde cuando empecé a dar mis primeros indicios de fugitiva
y exploradora?, pues me pregunté en esta semana. Me remonté muchos años atrás y
si no me equivoco. Fue a la edad de cuatro años. En mis tiernos e inocentes
cuatro años en que me encontraba en casa. Alguien tocó la puerta, me asomé por
la rendija y me di cuenta que era mi papá. Volteé y me fui corriendo avisar
a alguien. Al parecer nadie me prestó mayor atención y nuevamente salí
disparada abrir la puerta, cuando abro no estaba. Miré de un lado a otro y no
había otra cosa más que silencio.
Decidí ir a buscarlo, salí, crucé la pista, di una vuelta
por el parque, llegué a otro parque. Luego a otro vecindario, cuando me di
cuenta que estaba perdida, lloré. Felizmente que estaba cerca de la casa, unos
vecinos quienes yo no los recordaba pero ellos si a mí, se dieron cuentan, por
allí pasaron un grupo de chicos y estos me vieron cual niña de cuatro años
llorando a moco tendido. Me tomaron de la mano, los vecinos quienes me conocían
le indicaron donde vivía. Ellos me llevaron a la casa, y justo salió mi tía. Al
parecer nadie en casa se había dado cuenta que me había extraviado por unos
minutos.
Luego en mis once
años, recuerdo haberme escapado reiteradas veces de casa. No me escapaba sola,
me escapaba acompañada de mi flamante e intrépida bicicleta. Iba a visitar a
nuevos amigos del vecindario a la espalda de mi casa. Al parecer mi mamá se dio
cuenta de ese hecho tan notorio, quería quitarme mi manojo de llaves, pero solo le di la llave de rejas. Por su parte
tranquila porque la puerta de rejas es la puerta principal, preciso para echarle llave.
Por la tarde, cuando ella salía, yo me escapaba.
Inteligentemente. Tenía las demás llaves menos las de rejas, no era obstáculo
para mí, ya que la puerta de rejas tenía una ventana del cual se podría abrir y
cerrar. Tal vez mi mamá habría pensado que no podría entrar por allí, pero gracias a mi menudo y flexible cuerpo,
hacia maniobras para salir y entrar con facilidad.
Todas las tardes me escapaba para estar con mi grupo de
amigos, mis nuevos amigos que sólo me duró un verano, porque al año siguiente
ya nadie jugaba.
Me escapé nuevamente cuando tenía catorce años, me cambiaron
de colegio y para mí fue fatal una mala opción de parte de mis padres.
Me junté con el grupito de las chicas “pilas”, “activas”.
Fue un día de esos, cuando se declaró feriado sin saberlo, y algunas chicas
fueron y otras no, por lo que el treinta y cinco por ciento de alumnas del todo
el colegio fueron, de esos treinta y cinco por ciento estaba yo.
Mis inquietantes amigas me propusieron salir, por donde estaba el pabellón de los
profesores, cerca había una puerta de salida, era de rejillas, una parte estaba
maltratada del cual había un agujero con algunos alambres salidos. Era el
momento propicio para salir, ahí estuvimos mis amigas y otro grupo de chicas de
años anteriores que también pretendían salir al igual que nosotras. Veía como
una por una iban saliendo, mientras que yo era la última de todas, mis amigas
estando afuera me daban valor para salir, no sé cómo volteo y venia una
auxiliar cual policía, gritaba y decía: Alumna a donde va, venga. Nuevamente
miraba a mis amigas, miraba a la auxiliar, y más rápido que liebre, me
escabullí por el agujero, mi mochila se enredó
con el alambre, mis amigas me ayudaron rápidamente, y salí con el corazón
desbordándome por la boca.
Después de dos años, estando en mi último año escolar,
cuando la mayoría de los profesores había tirado la toalla, ya era el último
mes y no había mucho que hacer estando en el colegio, nuevamente me escapé y ya
no por las rendijas, sino por el lugar donde había escuchado siempre hablar,
llamado “el puente”. Resultaba ser que el famoso puente era una alcantarilla lo
suficientemente amplio como para poder caminar algo encorvadas pero al fin y al
cabo se podría salir con facilidad.
Estando en el salón de clases, una amiga de otro grupo me
pasa la voz que se están organizando chicas de otros años para salir por el
puente, entonces yo me apunté nuevamente a la osadía.
Salí con mi mochila, salimos en grupo, algo temerosas,
porque había auxiliares caminando de pabellón en pabellón, eso parecía más bien
una cárcel de mujeres. Nos juntamos en el campo baldío, escondidas detrás de un
árbol, esperando la voz de alerta de las chicas del frente. Salía primero un
grupo, luego otro, creo que nosotras éramos el tercero, formamos fila de india,
y caminamos a paso de gigante. Alguien se dio cuenta, a lo lejos escuchaba
gritos de auxiliares, emprendimos a correr, bajamos como pudimos el puente, llenas
de tierra muerta, todo estaba sucio, era un basural, caminamos en dirección al
alcantarillado, todo se veía oscuro, caminamos y olía terrible, felizmente que
no vi cruzarme con roedores. A un par de metros estaba la luz, poco a poco se
iba aclarando el lugar, alguien subió y me tendió la mano para subir. Una vez
más afuera del colegio.
Después de terminar el colegio, y al iniciar los primeros
años de universidad, conocí nuevos amigos de otras facultades. Me seguía
escapando a escondidas de mi mamá.
Era la medianoche, yo esperaba que mi mamá durmiera, sabría
que la señal era el sonido del claxon, miraba por la ventana y ahí estaban
ellos, haciendo señales con las luces del carro. Agarraba mi cartera y abrigo,
cerraba la puerta silenciosamente y una vez afuera emprendía el itinerario por
la ciudad. Lo de las salidas por la noche era casi a diario se había hecho notorio,
hubo un día en que llegué súper tarde y mi mamá me espero escondida detrás de
la puerta, en cuanto abro la puerta me da un jalón de orejas. Me prohibió que
saliera.
Mis amigos me llamaron porque era aniversario de la
facultad, sabía que ese día y esa noche sería inolvidable y era más que obvio
que tenía que ir si o si, se me ocurrió la gran idea de llamar a mi primo, me
recogería y me traería de vuelta. Así convencí a mi mamá en salir, llegar
temprano y no estar sola.
Esa noche la fiesta fue de muerte, se acabó a las tres de la
mañana y la continuamos en otro lugarcito, del cual estuvimos una hora y media
ya que se fue la luz por la zona. Nos fuimos a comprar algunas municiones y nos
instalamos en casa de otro amigo, ahí la seguimos, vi por la ventana que se
estaba aclarando, ya no daba más y me eche a dormir, he despertado cerca de las
once de la mañana, vi algunos con caras pintadas de lápiz labial, otros
riéndose y otros viendo tele. Mi primo estaba ahí conmigo. Ese día llegué a mi
casa al medio día y era más que obvio que mi mamá notó mi ausencia. Al llegar
vi una nota que decía: “Ni creas que seguirás contando conmigo”.
Las otras veces que me seguí escapando fue en los próximos
meses y años, estando en la universidad. Visitando a mis infaltables amigas del
colegio quienes se fueron a radicar a Lima para seguir con sus estudios
universitarios.
Me escapaba, no es que avisaba, ni pedía permiso. Me
escapaba y a lo mucho dejaba una nota diciendo: ”Me fui a Lima regreso dentro
de tres o cuatro días, estaré en el departamento de mi amiga”. Por supuesto que
al regresar a casa, mi mamá exigía explicaciones, pero le cambiaba su estado de
humor, siempre le traía algo, se quedaba tranquila y le contaba lo que había
hecho.
Hace poco me escapé sola a la playa, recordando un poco mis
tiempos de fugitiva y exploradora. La adultez me está haciendo ser sensata, he
entrado a la etapa de la tranquilidad y el sosiego. Entonces di con otra gran
idea, de volverme a escapar a romper fronteras, ir más allá de mis límites, de
seguir conociendo más lugares, nuevas personas, más aventura, más recuerdos,
más anécdotas, más libertad, más felicidad, más vida. Me seguiré escapando
entonces…
Interesante :)
ResponderEliminarGracias :)
EliminarExcelente!
ResponderEliminarGracias Carlos :)
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