Betsy, así la llamaban desde cuando era niña, en realidad su nombre de nacimiento es Betsabe, y fue puesto por su padre en memoria de su bisabuela, que llevaba años esperando que sus hijos le dieran una nieta, pero no lo consiguió hasta pasada la tercera generación, el último de los nietos, se casó con Maria Francisca, dándole cinco hijos; Antonio, Marcial, Betsabe, Alina y Martin.
Los cinco hermanos se llevaban estupendamente bien. Antonio el padre de Betsy, era hacendado y tenía varios terrenos todos ellos de cultivos. En cada verano, después de terminar el ciclo escolar anual en el internado, los niños aprovechan para estar en el campo, en compañía de sus abuelos, primos y tios. Los niños crecieron entre el campo, la ciudad y la playa, no sin antes aprovechar las clases de piano y clases de equitación, satisfaciendo el deseo de sus padres.
La hacienda era tan grande que a veces los niños solian perderse jugando entre los cultivos de maíz, el temible capataz acompañado de sus dos fieles obreros iban a buscarlos. Antes de que oscurezca ya todos los niños se encontraban en la sala recibiendo las crudas palabras de sus padres y sobre todo de Antonio, quien tenia una personalidad tenaz, vibrante, dura y exigente.
Mientras Maria Francisca bordaba con aquel hilo fino de color blanco traido de Inglaterra por unos buenos amigos de su hermana. Betsy y Ali, como solian llamarla siempre en casa. No tenían reparo alguno. Tenian bien clara sus ideas y por orden de su madre siempre estaban practicando el piano y por orden de su padre, estaban trotando en caballo. Nunca tuvieron tiempo para merodear en la cocina, a menos que no sea por el olor de los bizcochuelos que preparaba su abuela o las empleadas. Por el momento no tenían afinidad alguna de aprender a cocinar como el resto de sus primas, ya que contaban con una serie de empleados y guardianes quienes puedan preocuparse por la cocina y por la hacienda.
La adolescencia de Betsy fue como la de cualquier otro adolescente, con la diferencia que en cada estación de verano ella prometia volver a la hacienda. Esta vez decidió quedarse en la ciudad rodeada de su grupo de amigas del internado, ya que prometieron quedarse en la casa de playa de los padrinos de una de sus amigas por un buen tiempo. Antonio y Maria Francisca recibieron la desagradable noticia, como era posible que una chiquilla de tan solo catorce años pueda decidir por si misma sin autorización de sus padres. Era una vergüenza. Antonio salió en búsqueda de su hija. Al darle el encuentro ella se rehusaba en ir con él de regreso a casa, al notarle la mirada dura y desafiante de su padre, ella bajo la mirada, notó las botas envejecida y empolvadas de su padre y entendió que no todo es trabajo ni mucho estar encerrado en un lugar sin antes aprovechar la oportunidad de conversar o salir con tus amigas. Betsy corrió hasta mas no poder sin que su padre pudiera alcanzarla. Después de ello Betsy temía que su padre vaya a buscarla hasta el fin del mundo con la diferencia de recibir azotes como los esclavos de antaño.
Betsy terminó el internado y decidió estudiar secretariado, le parecía una carrera muy importante ya que no cualquiera podía costear los estudios en una buena institución.
Al pasar dos años y a su cortos diciocho años de edad, ella tuvo su primer enamorado, llamado Rolando, antes de que fueran enamorados, él, se estaba preparando para la universidad y estudiar medicina. Él, era de esos hombres coquetos, detallistas, de buen gusto, un buen bailarin de ese entonces. Eso le gustaba a ella, de que tuviera todas esas virtudes tan distintas a la de su padre y sus hermanos tal vez por esa razón le atrajo y quiso estar con él, el resto de sus días.
Antes que él fuera aceptado en la familia, ella tuvo miedo. Miedo de que su padre vaya a reprocharle cualquier salida, yéndola a buscar como aquella vez en la playa. Tenía mucho miedo y le pidió a Rolando que prefería mejor que no lo conociera, pero Rolando era de esos tipos intrépidos, respetuosos y tenía esa habilidad para negociar ideas e intereses. Despreocupado y la actitud correcta de un hombre, fue a presentarse con mucha discreción a los padres de ella.
Antonio, lo miró de pie a cabeza, notó algo en él y se dio cuenta que no era de esos hombres deshonestos, ambos fueron muy claros y precisos. A partir de ese momento ambos se hicieron complices y buenos amigos. Una vez mas Betsy con la mirada impactada ante tal asombro, fue a escondidas a abrazarlo a su padre y pedirle perdón por aquella vez que se portó tan desconsiderada con él. Con la sonrisa de medio lado Antonio procuró aun asi mantenerla en vigilancia.
Betsy llegó a trabajar en una casa de bancos, la más antigua e importante del país. Realmente era una mujer trabajadora, eficiente y bien organizada. Algo que rescató en el internado, fue la disciplina y eso la enorgullecia.
A los treinta años Betsy se casa con Rolando, ya que ambos tenían los medios necesario para vivir. Una vez más ella tenía miedo de como lo tomase su padre. Si realmente quería, o que no se casara o sencillamente que fuera mujer de su casa sin que se dedicase al trabajo. Estaba ansiosa, culminada y casi adormecida de tanto pensar.
Como es costumbre en las pedidas de manos, ambas familias de él y de ella, se reunieron como es debido. A Betsy se le notaba nerviosa, quería salir corriendo una vez más, mientras que Rolando, bien vestido de buen hablar, pidió la mano de su novia. Todos al escuchar la sinceridad de Rolando, se vieron entre si, como preguntándose, bueno qué podríamos hacer. Antonio dio unas breves palabras pacificas y accedió a la pedida, amenzandolo que su hija no sabía nada de cocina y que no había devolución alguna. Entre risas y carcajadas, Rolando y Betsy se irían a casar en los próximos meses.
Rolando y Betsy, se casaron, al principio a ella no le fue fácil en la cocina, inclusive pidiendo ayuda a una de sus vecinas que le ayudara como coser el arroz, es una anécdota que hoy lo cuenta entre risotadas. Con el tiempo aprendió a tomar riendas de la casa, tuvo cuatro hijos varones, dejó de trabajar por dedicarse a su esposo, hijos y casa. Fue una buena mujer con su esposo, llevándose copiosa enseñanza de su madre, entendió las razones de su padre, encaminó a sus hijos por el buen camino y gracias también a la mano de su esposo por tanta sabiduría.
Hasta los últimos días de su vida, se mantuvo al lado de su esposo, como él de ella. Se amaban mutuamente. A pesar de sus recaídas de salud, Betsy, se mantenía en pie, se arreglaba lo mejor posible y se ponía su mejor atuendo, como si fuera a alguna fiesta. Se mantuvo respetuosa, inteligente, educada y bonita, eso le daba el significado de suma elegancia.
Los años no pasaban en vano pues ambos hicieron de su hogar, un lugar pacifico, donde la paz reinaba, Betsy, toda una experta, preparaba en cada reunión para sus amigas del internado, unos riquísimos bizcochuelos a base de maíz y maicena, tartas de nuez, y suflé de pollo con pecanas que le daba un gusto muy especial. Era toda una verdadera ama y señora de casa.
Tuvo seis nietos, a todos por igual los quería, aunque no vivieran en la misma ciudad, en cada visita de sus nietos, ella le preparaba un espacio en las tantas habitaciones de la casa, así como sus padres le fueron con sus primos y demás familiares.
De pronto todo ello quedaría en el sumo recuerdo. Betsy a saltado al reencuentro de sus padres, así dijo el sacerdote que le dio su bendición en su lecho de muerte.
La cama donde dormía al lado de su esposo yace a medio lado vacia. Los años pasan, pero los recuerdos quedan. Hay tres portarretratos de ella en el velador; la primera con sus hermanos montadas en el caballo, la segunda con su esposo e hijos en la playa y la tercera donde apremia su jovial rostro y la sonrisa perpicaz cual le hace ser más dichosa que nunca. La mujer más adorada y elegante que he conocido dice su afortunado esposo.
Los cinco hermanos se llevaban estupendamente bien. Antonio el padre de Betsy, era hacendado y tenía varios terrenos todos ellos de cultivos. En cada verano, después de terminar el ciclo escolar anual en el internado, los niños aprovechan para estar en el campo, en compañía de sus abuelos, primos y tios. Los niños crecieron entre el campo, la ciudad y la playa, no sin antes aprovechar las clases de piano y clases de equitación, satisfaciendo el deseo de sus padres.
La hacienda era tan grande que a veces los niños solian perderse jugando entre los cultivos de maíz, el temible capataz acompañado de sus dos fieles obreros iban a buscarlos. Antes de que oscurezca ya todos los niños se encontraban en la sala recibiendo las crudas palabras de sus padres y sobre todo de Antonio, quien tenia una personalidad tenaz, vibrante, dura y exigente.
Mientras Maria Francisca bordaba con aquel hilo fino de color blanco traido de Inglaterra por unos buenos amigos de su hermana. Betsy y Ali, como solian llamarla siempre en casa. No tenían reparo alguno. Tenian bien clara sus ideas y por orden de su madre siempre estaban practicando el piano y por orden de su padre, estaban trotando en caballo. Nunca tuvieron tiempo para merodear en la cocina, a menos que no sea por el olor de los bizcochuelos que preparaba su abuela o las empleadas. Por el momento no tenían afinidad alguna de aprender a cocinar como el resto de sus primas, ya que contaban con una serie de empleados y guardianes quienes puedan preocuparse por la cocina y por la hacienda.
La adolescencia de Betsy fue como la de cualquier otro adolescente, con la diferencia que en cada estación de verano ella prometia volver a la hacienda. Esta vez decidió quedarse en la ciudad rodeada de su grupo de amigas del internado, ya que prometieron quedarse en la casa de playa de los padrinos de una de sus amigas por un buen tiempo. Antonio y Maria Francisca recibieron la desagradable noticia, como era posible que una chiquilla de tan solo catorce años pueda decidir por si misma sin autorización de sus padres. Era una vergüenza. Antonio salió en búsqueda de su hija. Al darle el encuentro ella se rehusaba en ir con él de regreso a casa, al notarle la mirada dura y desafiante de su padre, ella bajo la mirada, notó las botas envejecida y empolvadas de su padre y entendió que no todo es trabajo ni mucho estar encerrado en un lugar sin antes aprovechar la oportunidad de conversar o salir con tus amigas. Betsy corrió hasta mas no poder sin que su padre pudiera alcanzarla. Después de ello Betsy temía que su padre vaya a buscarla hasta el fin del mundo con la diferencia de recibir azotes como los esclavos de antaño.
Betsy terminó el internado y decidió estudiar secretariado, le parecía una carrera muy importante ya que no cualquiera podía costear los estudios en una buena institución.
Al pasar dos años y a su cortos diciocho años de edad, ella tuvo su primer enamorado, llamado Rolando, antes de que fueran enamorados, él, se estaba preparando para la universidad y estudiar medicina. Él, era de esos hombres coquetos, detallistas, de buen gusto, un buen bailarin de ese entonces. Eso le gustaba a ella, de que tuviera todas esas virtudes tan distintas a la de su padre y sus hermanos tal vez por esa razón le atrajo y quiso estar con él, el resto de sus días.
Antes que él fuera aceptado en la familia, ella tuvo miedo. Miedo de que su padre vaya a reprocharle cualquier salida, yéndola a buscar como aquella vez en la playa. Tenía mucho miedo y le pidió a Rolando que prefería mejor que no lo conociera, pero Rolando era de esos tipos intrépidos, respetuosos y tenía esa habilidad para negociar ideas e intereses. Despreocupado y la actitud correcta de un hombre, fue a presentarse con mucha discreción a los padres de ella.
Antonio, lo miró de pie a cabeza, notó algo en él y se dio cuenta que no era de esos hombres deshonestos, ambos fueron muy claros y precisos. A partir de ese momento ambos se hicieron complices y buenos amigos. Una vez mas Betsy con la mirada impactada ante tal asombro, fue a escondidas a abrazarlo a su padre y pedirle perdón por aquella vez que se portó tan desconsiderada con él. Con la sonrisa de medio lado Antonio procuró aun asi mantenerla en vigilancia.
Betsy llegó a trabajar en una casa de bancos, la más antigua e importante del país. Realmente era una mujer trabajadora, eficiente y bien organizada. Algo que rescató en el internado, fue la disciplina y eso la enorgullecia.
A los treinta años Betsy se casa con Rolando, ya que ambos tenían los medios necesario para vivir. Una vez más ella tenía miedo de como lo tomase su padre. Si realmente quería, o que no se casara o sencillamente que fuera mujer de su casa sin que se dedicase al trabajo. Estaba ansiosa, culminada y casi adormecida de tanto pensar.
Como es costumbre en las pedidas de manos, ambas familias de él y de ella, se reunieron como es debido. A Betsy se le notaba nerviosa, quería salir corriendo una vez más, mientras que Rolando, bien vestido de buen hablar, pidió la mano de su novia. Todos al escuchar la sinceridad de Rolando, se vieron entre si, como preguntándose, bueno qué podríamos hacer. Antonio dio unas breves palabras pacificas y accedió a la pedida, amenzandolo que su hija no sabía nada de cocina y que no había devolución alguna. Entre risas y carcajadas, Rolando y Betsy se irían a casar en los próximos meses.
Rolando y Betsy, se casaron, al principio a ella no le fue fácil en la cocina, inclusive pidiendo ayuda a una de sus vecinas que le ayudara como coser el arroz, es una anécdota que hoy lo cuenta entre risotadas. Con el tiempo aprendió a tomar riendas de la casa, tuvo cuatro hijos varones, dejó de trabajar por dedicarse a su esposo, hijos y casa. Fue una buena mujer con su esposo, llevándose copiosa enseñanza de su madre, entendió las razones de su padre, encaminó a sus hijos por el buen camino y gracias también a la mano de su esposo por tanta sabiduría.
Hasta los últimos días de su vida, se mantuvo al lado de su esposo, como él de ella. Se amaban mutuamente. A pesar de sus recaídas de salud, Betsy, se mantenía en pie, se arreglaba lo mejor posible y se ponía su mejor atuendo, como si fuera a alguna fiesta. Se mantuvo respetuosa, inteligente, educada y bonita, eso le daba el significado de suma elegancia.
Los años no pasaban en vano pues ambos hicieron de su hogar, un lugar pacifico, donde la paz reinaba, Betsy, toda una experta, preparaba en cada reunión para sus amigas del internado, unos riquísimos bizcochuelos a base de maíz y maicena, tartas de nuez, y suflé de pollo con pecanas que le daba un gusto muy especial. Era toda una verdadera ama y señora de casa.
Tuvo seis nietos, a todos por igual los quería, aunque no vivieran en la misma ciudad, en cada visita de sus nietos, ella le preparaba un espacio en las tantas habitaciones de la casa, así como sus padres le fueron con sus primos y demás familiares.
De pronto todo ello quedaría en el sumo recuerdo. Betsy a saltado al reencuentro de sus padres, así dijo el sacerdote que le dio su bendición en su lecho de muerte.
La cama donde dormía al lado de su esposo yace a medio lado vacia. Los años pasan, pero los recuerdos quedan. Hay tres portarretratos de ella en el velador; la primera con sus hermanos montadas en el caballo, la segunda con su esposo e hijos en la playa y la tercera donde apremia su jovial rostro y la sonrisa perpicaz cual le hace ser más dichosa que nunca. La mujer más adorada y elegante que he conocido dice su afortunado esposo.
Lindisimo Jill!!!!.... Wendy M.
ResponderEliminarGracias amiga Wendy, un fuerte abrazo. :)
ResponderEliminar