Mi abuela dice que no tiene a nadie quien la acompañe al mercado, pues yo me ofrezco como voluntaria. Ella, sonríe jubilosa y acepta mi propuesta. Ambas nos divertimos haciendo las compras, tanto ella como yo. No solo mi abuela toca y tantea la fruta o los cereales, sino que también como su fiel ayudante, también hago muestra de mis habilidades, toco el arroz suelto una y otra vez, se ve muy divertido y acerco mi otra mano y hago de esta un embudo para que se pase el arroz. La señora que vende, se da cuenta, y le da aviso a mi abuela para que no juegue con el arroz, por supuesto mi abuela por lo buena que es, me señala con su dedo, que eso no se hace, e inmediatamente dejo de hacerlo.
Hemos llegada a casa, recargadas, hemos comprado dos manos de plátano de seda, porque a mi me encantan los plátanos, así es, me los como uno tras otro. Mi mamá dice que parezco un mono, y mi abuela dice que me vaya a vivir a una plantación de plátanos, pues no entiendo muy bien lo que quieren decirme, yo sigo comiendo mis plátanos pecositos, esos son lo más ricos.
Mami, recuerdas cuando tu y yo eramos felices, le pregunto. Cuando fue eso hijita, me responde con extrañeza. Pues cuando me obligabas a comer yemas de huevo y cuando prefería comer mil veces plátanos de seda, le dije. Es cierto, y es que ahora no somos felices, me pregunta desconfiada. Pues, antes me sentía chiquita y acobijada, ahora ser adulto cuesta, aunque también hay mil manera de ser felices. Mami, y si recordamos un poquito, le propongo. Esta bien. Sonríe mi mamá para mi. Recuerdas que cantábamos a voz en cuello la flor de la canela, me pregunta. Si, lo recuerdo como si fuera ayer, le respondo. Cantemos entonces; "Dejame que te cuente limeña, dejame que te diga la gloria"...
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