Aquellas noches de karaoke, esas noches interminables con un coctel en mano y amigos de toda la vida, juntos siempre unidos, como una pandilla. No es que extrañe ir al karaoke, lo que quiero es cantar, cantar y cantar fuerte así como cuando estuve en el concierto de Alejandro Sanz, cuando derrochaba felicidad y emoción. Cantando a todo pulmón, y con las canciones que más me gustan, sin mirar a otros, sin importar quien te mire o si haces el ridículo o no, solo cantar, elevarse, abrir los brazos, soltarse y encontrarse en los cielos. Paz.
Estando en el bus, en nuestro itinerario de excursión en el colegio, mis amigas me pidieron que ponga mi Cassette, ese, de Alejandro Sanz en concierto, lo saqué de mi mochila color morado, el chofer lo insertó en la casetera, y comenzó el concierto con orquesta y coros, al principio fue un simple cantar, conforme iba avanzando empezó el bullicio, finalmente se convirtió en histeria absoluta, y como nunca en nuestras vidas, hemos cantado con lágrimas en los ojos, bendito seas Alejandro, nuestro viaje no se sintió, y más que seguro algún otro conductor de ruta larga nos habrá escuchado con las voces totalmente distorsionadas. Como un fotograma estampo imaginariamente mi rostro con una sonrisa de oreja a oreja.
Es cierto que el canto quita los males del corazón, las angustias y el estrés, es una excelente terapia que te libera de todo mal y también el mal de garganta, sobre todo cuando hay nudos de esos que no se sueltan con facilidad, pues el canto desenreda y vuelve a peinar la melodía de nuestra voz.
La primera vez que canté sin miedo a nadie, sin que me importara la gente y haciendo mis piruetas en el aire, fue al lado de mi mamá. Ella tuvo mucho que ver en esto, así es. Cada vez que salíamos a dar una vuelta en bicicleta, yo me sentaba adelante, mientras que ella manejaba, teníamos varios repertorios, como por ejemplo; Javier Solís, Pedro Infante, Vicente Fernández, Chabuca Granda y entre otros. Pero estos eran los favoritos de mi mami, bueno pues, cantábamos y yo más aun era quien le ponía la cereza al postre, con sus coros incluidos y soprano, me paraba en la baranda de la bicicleta mientras esta andaba, extendía los brazos y terminaba con un "o" muy extendido.
No sé si son los años, o la ley de la gravedad, hasta siento que aire me falta para extender la voz, que ha pasado, en qué momento la vergüenza llegó a mí, o es que es la rutina.
Estoy dispuesta a romper las barreras del sonido, y si es posible el vidrio de la ventana, no importa, quiero cantar, cantar y cantar y qué ese "o", se extienda como cuando estaba montada en la bicicleta. He sentenciado.
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