Hay días en que suelo llorar recordando el pasado o sencillamente por alguna eventualidad del presente. Es mi naturaleza, llorar. Vine al mundo llorando, exclamando gritos de libertad y paz.
No me lastimen, no me digan nada grosero, no me toquen mucho menos se atrevan de burlarse de mis sentimientos.
Quien le escribe, tiene un sinfín de penas, penas allí consumidas, empolvadas de esas que hay que sacudir kilos y kilos de moho y polvo.
Mis penas no son por mi, son generadas y causadas por otras almas perversas, almas celosas y prepotentes, que causan al mundo ansiedad y pánico.
Siempre he vivido en una casa grande, donde subía y bajaba escaleras, donde jugaba sola en un rincón, donde soltaba y sonaba a diestra y siniestras mis escasos juguetes. Ellos mis tíos perversos me asustaban, a veces me jalaban de los cabellos, se burlaban de mí, me decían cosas feas, me extorsionaban con sus miradas fulminantes y llenos de furia. A mi corta edad mi vida estaba convirtiéndose en ansiedad y pánico. En miedo y resentimiento.
En el pasar del tiempo, la tristeza seguía presionandome con la separación de mis padres, la soledad en la casa, los tíos perversos brillaban por su ausencia, la casa grande se hizo más grande aún porque a pesar que había crecido, el silencio había aumentado, nunca antes había escuchado el silencio tan profundo como aquella vez. Sentía miedo de permanecer allí sola y con mi tristeza y aunque la sabía persuadir esta me sacó la lengua años después.
El llanto por el ex enamorado, aquel hombre quien pensaste que te era leal y resultó desleal, aquel amigo que años más tarde te enamoraste y nuevamente caer en el juego de la deslealtad.
El fallecimiento de mi abuelo, fue duro para mi, fue una gran perdida, mi tristeza me acompañó por un año y sin saber mi alma y mi cuerpo estaban de duelo, mi físico lo manifestaba en no querer ingerir alimentos, sentía un nudo en la garganta, estaba muy afectada y dolida.
Nuevamente me volví a enamorar, de un hombre de palabras bonitas, bien habladas, de voz fuerte y optimista, sin embargo algo me decía que su ser era una falsedad, no era del todo honesto, vivía del recuerdo, tenía un pasado oscuro y más atormentado que el mío, pero de ello me di cuenta en el transcurso del tiempo, donde tuve que armar el rompecabezas del porque de una relación tóxica del por qué de muchas cosas. Después de mucho tiempo de haberlo tolerado sus caprichosos, engreimientos, celos, inseguridades, peleas sin sentido, mentiras y finalmente arriesgando mi vida en un embarazo lastimosamente mal fecundado, comprendí y entendí que nada esta bien con él.
Mi vida con el fue una de mis peores pesadillas, fueron como haber estado en un mar de rayos que revientan infinita veces en una persona. Colapsé, y nuevamente mi cuerpo me lo hizo saber con síntomas extraños nunca antes sentidos, mis emociones se desbordaron a tal punto, que solo quería huir de todo lo malo que había vivido.
El fallecimiento de mi abuela, me conmocionó sin embargo ya estaba preparada para el día de su partida, aun así cada vez que la pienso una lagrima rueda por mis mejillas, la extraño y siempre será mi madre. Mi capacidad emocional se ha reducido a una delicada fibra, fibra que por el cual nadie comprende, solo yo y pocas personas las que se empatizan con tu ser. Tampoco necesito contarle al mundo con detalles lo que me sucede, pero si necesito escribirlo porque siento que es mi fuente de desahogo.
A veces me pregunto si nací para llorar como el día de mi nacimiento o nací para alzar mi voz de protesta. Otras veces me pregunto si nací para sufrir o tener mala suerte en el amor, y cuando hablo del amor es del afecto, del cariño, del buen trato.
Entonces sigo batallando con mis días grises pero sobre todo encontrando un sentido a mi vida, del por qué de las cosas.
No me lastimen, no me digan nada grosero, no me toquen mucho menos se atrevan de burlarse de mis sentimientos.
Quien le escribe, tiene un sinfín de penas, penas allí consumidas, empolvadas de esas que hay que sacudir kilos y kilos de moho y polvo.
Mis penas no son por mi, son generadas y causadas por otras almas perversas, almas celosas y prepotentes, que causan al mundo ansiedad y pánico.
Siempre he vivido en una casa grande, donde subía y bajaba escaleras, donde jugaba sola en un rincón, donde soltaba y sonaba a diestra y siniestras mis escasos juguetes. Ellos mis tíos perversos me asustaban, a veces me jalaban de los cabellos, se burlaban de mí, me decían cosas feas, me extorsionaban con sus miradas fulminantes y llenos de furia. A mi corta edad mi vida estaba convirtiéndose en ansiedad y pánico. En miedo y resentimiento.
En el pasar del tiempo, la tristeza seguía presionandome con la separación de mis padres, la soledad en la casa, los tíos perversos brillaban por su ausencia, la casa grande se hizo más grande aún porque a pesar que había crecido, el silencio había aumentado, nunca antes había escuchado el silencio tan profundo como aquella vez. Sentía miedo de permanecer allí sola y con mi tristeza y aunque la sabía persuadir esta me sacó la lengua años después.
El llanto por el ex enamorado, aquel hombre quien pensaste que te era leal y resultó desleal, aquel amigo que años más tarde te enamoraste y nuevamente caer en el juego de la deslealtad.
El fallecimiento de mi abuelo, fue duro para mi, fue una gran perdida, mi tristeza me acompañó por un año y sin saber mi alma y mi cuerpo estaban de duelo, mi físico lo manifestaba en no querer ingerir alimentos, sentía un nudo en la garganta, estaba muy afectada y dolida.
Nuevamente me volví a enamorar, de un hombre de palabras bonitas, bien habladas, de voz fuerte y optimista, sin embargo algo me decía que su ser era una falsedad, no era del todo honesto, vivía del recuerdo, tenía un pasado oscuro y más atormentado que el mío, pero de ello me di cuenta en el transcurso del tiempo, donde tuve que armar el rompecabezas del porque de una relación tóxica del por qué de muchas cosas. Después de mucho tiempo de haberlo tolerado sus caprichosos, engreimientos, celos, inseguridades, peleas sin sentido, mentiras y finalmente arriesgando mi vida en un embarazo lastimosamente mal fecundado, comprendí y entendí que nada esta bien con él.
Mi vida con el fue una de mis peores pesadillas, fueron como haber estado en un mar de rayos que revientan infinita veces en una persona. Colapsé, y nuevamente mi cuerpo me lo hizo saber con síntomas extraños nunca antes sentidos, mis emociones se desbordaron a tal punto, que solo quería huir de todo lo malo que había vivido.
El fallecimiento de mi abuela, me conmocionó sin embargo ya estaba preparada para el día de su partida, aun así cada vez que la pienso una lagrima rueda por mis mejillas, la extraño y siempre será mi madre. Mi capacidad emocional se ha reducido a una delicada fibra, fibra que por el cual nadie comprende, solo yo y pocas personas las que se empatizan con tu ser. Tampoco necesito contarle al mundo con detalles lo que me sucede, pero si necesito escribirlo porque siento que es mi fuente de desahogo.
A veces me pregunto si nací para llorar como el día de mi nacimiento o nací para alzar mi voz de protesta. Otras veces me pregunto si nací para sufrir o tener mala suerte en el amor, y cuando hablo del amor es del afecto, del cariño, del buen trato.
Entonces sigo batallando con mis días grises pero sobre todo encontrando un sentido a mi vida, del por qué de las cosas.
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